Experiencia Abrazando la Sombra
Bueno, parece que esto va avanzando. Llevo ya año y medio de escuela, un encuentro cada dos meses, encuentros en los que he ido aprendiendo a limpiarme, a tomar conciencia, a parar la mente y bajar a las sensaciones, la realidad más pura. Hemos hecho muchos trabajos de limpieza emocional por medio de diversas técnicas aunque, como veréis más adelante, la mayor limpieza la hice en un ‘trabajito’ que aparentemente nada tenía que ver con las emociones. Es curioso cómo la liebre salta donde menos la esperas. Pero es verdad que sin un trabajo previo, sin ir al monte, puede que la liebre salte, pero no la verás.
Estoy descubriendo, más bien redescubriendo, mi ser. Siempre me he tenido por una persona decidida, sincera, honesta. Pero también tenía la sensación de que podía estar ocultándome algo, porque algo no estaba bien dentro de mí y no tenía ni idea de lo que era.
Efectivamente, me estaba ocultando, y mucho.
He comprendido que mi eterno avance y cambio constante, mi entrega absoluta a cualquier desafío, mi búsqueda de sensaciones y emociones, mi absoluto desapego material y en cierto modo emocional, no era más que una forma de huída. Búsqueda, búsqueda, búsqueda, siempre fuera, nunca dentro, sin pararme a ver qué era lo que me impulsaba. Y ahora me he parado. Y he visto. He visto mi fuerza oscura, mi sombra, conteniéndome, manteniendo bajo llave un dolor que arrastraba desde la niñez. Emociones de abandono y soledad. Una experiencia de vida que siempre agradecí, porque me hizo fuerte y me hizo independiente. Pero que nunca limpié, y arrastraba heridas cubiertas por capas y capas de fortaleza e inconsciencia.
Un año y medio haciendo trabajos de recapitulación, respiración, meditación, atención. Un año y medio que ha dado sus frutos en la semana Arco Iris, un curso intensivo con Miyo donde se tocan distintas aproximaciones al conocimiento y se realizan diferentes limpias.
Y fue en la limpieza intestinal. Algo tan aparentemente sencillo: ingerir una mezcla de sales y agua y hacer una serie de ejercicios para mover los intestinos y limpiarse, evacuar los restos de alimentos que llevamos ahí dentro más o menos atascados.
Sí, ahí fue. No podía evacuar. Todo el mundo había ya prácticamente terminado, y no había manera de que mi organismo soltara lo más mínimo. Y lo intentaba. Y nada. Mi cuerpo me transmitía la sensación de que no tenía nada que evacuar, mientras que mi mente me decía que, claramente, con todo lo que había ingerido, tenía que tener algo por ahí. Intento, falta de respuesta, frustración. Hasta que vino una compañera y me hizo LA pregunta: ¿estás segura de que quieres evacuar? Y me llegó la respuesta, grande, poderosa, oscura, a mi derecha, muy cerca de mí, un tanto por encima de mi rostro. Mi sombra gritando “¡NO!”, ¡”NO SUELTES!”. Me asusté. Me eché a llorar. Y me di cuenta de que algo dentro de mí no me dejaba soltar lo que llevaba dentro. Estaba agarrotada, como si una mano poderosa me agarrara las entrañas y no me dejara sacar. Por eso estaba tan saturada, agotada, siempre dejándome arrastrar por el entorno, dispuesta a llegar al fin del mundo pero jamás preparada para pararme y escucharme y dejar salir lo que llevaba tanto tiempo conteniendo en mi interior. Fue una gran lucha. Me aparté del resto. Me fui a mi árbol, con el que había hecho un trabajo de recapitulación el día anterior. Me abracé a él. Lloré. Intenté evacuar. Empujé con todas mis fuerzas. Nada. Llegó uno de los ángeles que habitan en Liuramae para apoyarme, darme fuerzas, consejos… y decidí no salir de allí sin soltar. Le di la orden a mi cuerpo. Me ignoraba. Pero persistí y al final reventé. Solté. Lloré. Me pasé dos días llorando cada vez que ingería algo sólido. Y empecé a sanar. De repente sentí de nuevo esa vieja sensación, tan conocida, de mi adolescencia. Comprendí que había ignorado durante muchos años esa presión en el pecho, había reprimido el sufrimiento y lo había tapado con experiencias, siempre nuevas experiencias. Y que ese había sido el motor que había conducido mi vida. Pero ahora volvía a tenerlo frente a mí, si bien es cierto que la conciencia desde mi niñez ha cambiado, ahora tengo herramientas, nuevas armas y fortalezas que me están permitiendo afrontar ese sufrimiento. Ahora no me dejo arrastrar por él. Le miro a los ojos. Lo observo y lo respiro. Esa presión en el plexo la respiro al corazón. Y se transforma en amor por esa niña que es mujer. En comprensión. En agradecimiento por su manera de reaccionar, por salvarme como pudo. Y comprendo que ya no es necesario seguir con ese comportamiento. Que ahora tengo herramientas, tengo un poder que no tenía, sobre todo la capacidad de mirar a los ojos sin dejarme arrastrar, de redirigir las emociones y transformarlas en amor. Y con cada respiración me vuelvo a encontrar, allí en el fondo, de niña, de adulta, siempre la misma, tranquila, serena, fuerte y llena de amor, sobre todo llena de una energía amorosa que se había transformado en una gran tensión a lo largo de mi vida, una energía que echaba de menos.
Diana.
Gracias Gracias Gracias Diana,me ayuda muchisimo tu experiencia .con amor,Alicia de Bariloche Argentina
Hola Alicia, cómo me alegra saber que mi experiencia puede ayudar, muchas muchas gracias. Un enorme abrazo desde el otro lado del mar y mucho amor para ti y la bella tierra que te rodea, Diana
Que lindo , tierno y fuerte !!! Nunca se sabe NADA ! Suerte de agarrar el camino correcto . Un abrazo y luz
Muchas gracias Valia 🙂 Ahí estoy, revuelta pero caminando, con más conciencia y sobre todo con herramientas. Un gran beso!