8 de Septiembre: Vivir el instante eterno


Desde el primer día preparé un caminito a la sombra, de unos diez metros de largo y unos cuarenta centímetros de ancho, para moverme de un lado al otro cuando el sol está demasiado fuerte. Y camino arriba y abajo hasta que me quedo en plan estatua plateada en la esquina del quiosco de la plaza mayor. La pequeña herramienta que hemos traído ayuda a llanear el abrupto y rocoso terreno. Aquí hay que traerse todo doble y yo para eso soy un desastre. Hacen falta mallas, guantes, y camisetas dobles, además de una buena chaqueta de plumas o semejante. Hoy compruebo que la botella de polen, que quedó en el fondo de la mochila al terminar la subida a la montaña, y que ha estado descansando estos cuatro días está fermentada, hay que hacer un vino espumoso en Torrenanita con esto. Hoy he tenido cien ensoñaciones y continuos despertares. He visto a cámara lenta todo el arco celeste que recorren las Pléyades.

Al atardecer despido al sol con un canto acompañado por el tambor y al amanecer sigo con el toque del caracol. He visto un puñado de estrellas o meteoritos fugaces. El sol nace entre franjas de niebla coloreadas. ¡Qué gusto respirar el aire fresco, casi frío, y meterlo dentro hasta los pies! Recapitulo algunas prácticas que surgen casi espontáneamente en esta experiencia. La primera el cruzar los ojos para ver en la lejanía; observar las sombras en los árboles, rocas o montañas; dislocar la conciencia en dos partes según cada ojo (visible e invisible, sensaciones varias y sentimientos internos, sonido y música) y mantener ambas al mismo tiempo; hacerse uno con los pájaros o mejor con los buitres que son más fáciles de observar; escuchar el mensaje emitido por cualquier ser o cualidad sobre el que se haya fijado tu atención de manera espontánea. El bello cortado de la montaña de enfrente sigue encendido al sol cuatro horas después de que nosotros disfrutemos de la apacible sombra, siendo el último bastión que nuestra estrella ilumina al atardecer. Ni una sola nube desde que llegamos.

Todas las mañanas las he pasado desnudo hasta que el calor es excesivo y entonces bajo al camino cubierto por las sombras de los pinos. Allí hace fresco y hay que ponerse la camiseta. Los buitres vuelan muy cerca a media mañana y muy alto al atardecer y sus cantos se asemejan a los de un águila afónica. Toca luna de shiva (reunión de hombres, mientras que las mujeres lo suelen hacer en la luna negra). Lo que más cuesta es moverse. Aquí todo se ralentiza. Estos árboles parecen guerreros y sólo se mueven si el viento es fuerte con ráfagas racheadas. Parece que son las olas del mar cantábrico o pacífico al lamer con fuerza la arena de la playa. Rostros y más rostros en las sombras, en las rocas, en los árboles, en la distancia de lo salvaje… Como un paisaje zen.

Al grupo country de los insectos se unen los blues de algunas especies de pájaros y la música rockera de los grajos y las grajillas. El amanecer es la hora de los insectos. Estamos en el bosque animado. Horas enteras observándolos y escuchando. Recuerdo el fascinante mundo de los txantxangorris o mariquitas que describe don Juan. A veces parece una carrera con cien fueraborda avanzando y girando, cada uno con su propia y particular estela sonora. O como si me hubiera convertido en el controlador aéreo de la película del quinto elemento, con diez mil aviones y coches volando a diferentes niveles.

Esta noche se me ha pegado algo de la teoría de Horbiger de que estamos dentro de una esfera, en el núcleo de una burbuja y las estrellas son como las lejanas ciudades de la superficie. Todo el tiempo me veo dentro y las estrellas brillan como los ojos de seres celestes, cercanos pero fuera del juego de la encarnación terrestre. La sensación es curiosa y no parece más descabellada que el pensar que de tantas estrellas ninguna se preocupa por mostrarse directamente a nosotros, con o sin órdenes de la federación galáctica.

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2 Responses

  1. Marina

    ¡Qué intensa debe ser una experiencia así en la naturaleza!
    Espero algún día animarme a esa aventura y contemplar sin prisas la magia de la naturaleza. Jugar con el sol entre mis dedos, fascinarme viendo como se mueven esas pequeñas cositas que flotan en el aire cuando lo atraviesa la luz y ver las nubes deshacerse poco a poco hasta desaparecer con ellas.
    Un cálido y palpitante abrazo Miyo y gracias por tu cariño y paciencia.
    Marina

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