6 Nov : La transmutación del trauma


Nos han tenido fritos durante las últimas semanas hablando o escribiendo sobre el ataque en el metro de un energúmeno machista (¿racista?) a esa chica ecuatoriana que viajaba sin meterse con nadie, y las imágenes televisivas por lo visto se han repetido hasta la saciedad. No se trata de echar más leña al fuego de la inconsciencia, sino de tratar alrededor de ese tema que es el juicio a otros y la realidad subyacente detrás de la violencia. Siempre la misma disyuntiva entre el ego y el corazón.

Nuestros problemas y traumas, las heridas internas no son las que provocan la caída en actitudes violentas o negativas, sino su negación. El autocastigo y la culpa que sentimos ante este tipo de recuerdos internos, son los que crean la agresividad y la adicción, la depresión y el rechazo de la vida. Si aceptamos esa situación y la miramos de frente sólo vemos el dolor interno que necesita cariño. Tenemos que aceptarlo, comprender de dónde viene, cuál es su origen, dejarlo ser y manifestarse sin rechazo ni culpabilidad. Todo se resume en la experiencia del miedo. Por muy bestia que sea el comportamiento de alguien (mafioso, asesino o xenófobo) si somos capaces, por haberlo trabajado en nosotros mismos, de ver el dolor del rechazo, la sensación de pérdida y de soledad y la angustia del niño pidiendo cariños que hay detrás de sus actos, podremos perdonarlo.

Y en el mismo acto mágico de transmutación, nos perdonamos a nosotros mismos. ¿Eres capaz de sentir el miedo escondido detrás de tus actitudes negativas, de tus fantasías morbosas, de tus adicciones, de tus dependencias afectivas o de la manera en que tratas tu cuerpo a nivel de la sexualidad por ejemplo, sea por no usarlo o por usarlo de manera obsesiva? Mientras juzguemos a los demás de manera moral y sigamos considerando que ciertos comportamientos como la mentira, la agresión, la vanidad, la depresión, son negativos y malos, es que el miedo también corre por nuestras venas. Porque no se puede juzgar algo como malo sin que se manifieste el miedo a nuestra propia oscuridad.

Es hora de mantener una sobriedad neutral ante las situaciones emocionales que nos presenta la vida, sea por tratarse de sucesos cotidianos sorpresivos o a través de las duras experiencias de los que nos rodean. Observándolas de manera global y sin juicio, reconociendo el núcleo interno del temor, hasta contemplar la actuación del ego de manera clara y transparente. Uno se compadece de quién siente miedo y queda inmovilizado y bloqueado por su dolor, pero juzga y condena a los que lo expresan a través de la violencia y de la brutalidad, como el chico de la historia.

Y cuanto más fuerte e irracionalmente gratuita es la agresión, como en este caso, más olvidamos que el miedo de la locura está agarrotándole el plexo solar y la garganta. Incluso los asesinos o los violadores se sienten así, y eso no significa que no utilicemos los instrumentos legales para detener esa barbarie. El miedo no es un enemigo, pero su negación causa estragos en nuestra conciencia. Con miedo el amor desaparece y gracias a eso podemos experimentar el rostro de la oscuridad en nosotros, hasta que retornamos a casa después de haber aprendido la lección. Volvemos al amor, después de haber creado el miedo para experimentar su pérdida. Con amor no hay juicio. Se pierde la unidad original del bebé, para recuperarla conscientemente como adulto, de manera libre y con la necesaria experiencia de la sombra que hemos venido a experimentar sobre la tierra.

Cuando alguien de la tribu se vuelve destructivo,
las mujeres indígenas le cantan la canción de poder
que compusieron para él en el momento de nacer,
y de esa forma, rodeado de amor, abandona su descontrol
y reconoce sus actos, aceptando la decisión
del consejo de ancianos para pagar su deuda.

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