Los maestros del amor
Hay pueblos como los kobdas que son herederos de la sabiduría del antiguo Egipto, lo mismo que los wirrarikas mexicanos son herederos de los antiguos sacerdotes aztecas. Y buscan la sabiduría y la verdad en todas sus acciones batallando por el espíritu y el progreso de la humanidad. Lo increíble es que constituían una comunidad científica y religiosa al mismo tiempo, aunque perseguían el amor y la sabiduría en todos los planos de la vida y estaban lejos de las devociones baratas y los mandamientos alienantes sobre el bien y el mal. Son descendientes de los atlantes (el continente de mu se había hundido siglos antes bajo las aguas del océano pacífico) y vivieron durante varios siglos en grandes cuevas del noreste de áfrica. Luego salieron a predicar sus enseñanzas y construyeron monasterios, poniendo como ejemplo y guía al gran numú de lemuria, pastor y maestro de almas.
Expandieron la civilización y fueron médicos, maestros, administradores entre las tribus que habían olvidado el camino del ser. Fueron los primeros hombres puros por su nivel intelectual, su integridad ética y su conciencia espiritual, enfocada en la redención de la humanidad. De ellos derivaron mucho después todas las grandes religiones y su unidad de criterios básicos.
Enseñaron que de las acciones individuales y de las costumbres sociales derivaba la supervivencia de una raza o de una nación. Que cada grupo social encarnaba con una misión y de sus actos dependía el triunfo o fracaso de su misión colectiva, la grandeza común o la degeneración y aniquilamiento de una civilización, dinastía o religión. Eran maestros del amor, su símbolo era el loto surgido en las aguas pantanosas, y a él acudían para salvar todos los abismos, elevando sus pasiones hasta alcanzar la condición regia de hijo de dios. Sacaban de cada situación, incluso la más terrible, la miel más dulce y lo más hermoso que se encontraba dentro. Así que, como los buscadores de metales preciosos, iban directos hacia el brillo y la perfección de la creación divina.
Estos seres hace unos nueve o diez mil años fueron descendientes de los rishis védicos y prepararon el camino de krishna, de buda y aún del cristo. Pusieron las bases para la llegada en el neolítico del gran avatar abel, hijo de adam-u y eva-na, que fue princesa de un reino atlante situado frente a las columnas de hércules en gibraltar. Su misión civilizadora, ayudada por los kobdas se extendió desde el mar mediterráneo al mar rojo, al mar de la india, al mar negro y al mar caspio, creando una entente de paz entre las naciones que más tarde se extendió por el nilo y el eúfrates. Hace poco más de ocho mil años creció una vasta y olvidada civilización de esplendor y bienestar que se llamó civilización abeliana o adámica (desde la atlántida hasta nuestros días). Superaron la esclavitud, las torturas, hicieron disminuir las guerras, eliminaron la poligamia y hasta el hambre y la mendicidad (graneros públicos).
El amor sujeta al kobda a la casa de numú (la tierra), que gira alrededor de una estrella entre millones de ellas, fruto de la energía divina trina (creación, conservación y destrucción). El adora sólo esta grandeza de la trinidad cósmica. Cuida la tierra y ayudémonos unos a otros espiritual y materialmente, para lograr la felicidad, la sabiduría y el amor que otorgan la perfección a todo ser, y que son el único objetivo que merece la pena para el alma humana. Controla tu pensamiento, palabra y obras con alegría y amor en el corazón. Estudia los textos de sabiduría, medita en el ser y únete al alma madre de todo cuanto existe (diosa), disuelve tus deseos y tus malos hábitos y abandona todo lo que no sea felicidad, sabiduría y amor, que en la tradición hindú se transformarán en satchitananda: paz, conciencia, beatitud.
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