4 de Julio: Las nubes oscuras de la ignorancia
«Canta como si nadie te oyera, danza como si nadie te viera,
y ama como si nunca hubieras sido herido.»
No podemos ver en los demás más que aquello que conocemos dentro de nosotros mismos. Si crees que nunca serás perdonado por la manera en que piensas o actúas, nunca perdonarás a los demás que te hacen daño consciente o inconscientemente. Sólo ves la envidia, el odio o la maldad, si tú los experimentas en tu propia vida. Si eres fuerte de verdad, nunca mostrarás tu fuerza a otro, pero si te sientes débil (y temes-rechazas tu propia debilidad) entonces te mostrarás implacable con la debilidad ajena. Lo mismo para los abanderados de la verdad que hace daño. La vomitas contra tu entorno, porque temes tener que afrontarla en tu vida. Una vez más “cuando juzgas, te juzgas”.
La psicosfera del planeta es la contaminación más peligrosa del planeta y no la que sucede en la biosfera o en la atmósfera. Aquella es la causa y las demás el efecto. La conciencia colectiva es la clave para analizar la situación del mundo, no los aerosoles, los combustibles fósiles o la energía radiactiva. El rencor, la cólera y la angustia de la gente se manifiestan en todos los planos de la existencia, y cada una de esas emociones calientes, produce una alteración climática: tornados, incendios, terremotos, volcanes, huracanes, maremotos… Nadie en nuestra cultura, ni siquiera los sacerdotes, saben cómo controlar su exceso emocional. No hay serenidad, no hay sobriedad, no hay propósito interno (cualidades masculinas) y a toda costa se intenta boicotear lo masculino, y promocionar lo neutro, si no lo abiertamente homosexual. En verdad que no existen las malas emociones o las emociones negativas. Todas son positivas e imprescindibles en la evolución del ser, a su paso por la experiencia de la oscuridad, el miedo y la separatividad. Hemos de aceptarlas y vivirlas con el ojo bien abierto: los celos, la ira, la tristeza, el abandono… Sin ellas, sin esa parte dolorosa del paso por la Tierra, para liberar los apegos, las dependencias, los límites, los deseos, los cuelgues, no podemos avanzar por la autopista de la evolución. Pero para que se conviertan en espejo y trampolín de la conciencia hay que liberar primero esa parte de cada emoción que está encasquillada en una infancia dolorosa, en el rechazo y en el castigo. Es decir con la parte más básica del niño o niña interna: la relación con los padres. Luego todo lo aparentemente negativo se convierte en las alas de nuestra libertad, y en los escalones que ascienden hasta el verdadero amor impersonal.
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