23 de Junio: Pisando las brasas al rojo vivo
Después de una serie variada de reuniones en Borja, de unas dancitas concheras, y especialmente del encuentro meditativo que convocamos para sentir la música al piano canalizada por Elysei, llegó el atardecer y comenzamos el encendido de la hoguera de san Juan. Primero presentar el fuego a las cuatro direcciones con sahumador y caracol; encenderlo con la colaboración femenina (este y sur) y masculina (oeste y norte); ofrendarle unos cantos chamánicos; observar las danzarinas de las llamas y esperar pacientemente a que la leña de encina y olivo se convirtiera en brasa… Las llamas alcanzaban varios metros de altura y el calor era sofocante a tres metros de distancia, especialmente cuando rompimos la estructura de la hoguera para comenzar a preparar el pasillo de brasas. Más o menos un metro de ancho por ocho o nueve metros de largo. Los guardianes del fuego avanzaban incombustibles y rastrillaban suavemente las brasas (no es que al fuego Tatewari le gusten las puntas metálicas pero a veces, pidiendo permiso, no hay más remedio que acudir a ellas para ciertas labores, como en este caso).
Personalmente hablé tres veces con las llamas, muy cerca de ellas, tanto que la sensación siempre es que desaparece la piel de tu cara y de tus manos. En el círculo sólo una veintena de personas había pasado las brasas en otras ocasiones, y más del doble nunca lo habían hecho. Hay una especie de idea juvenil en estos casos de que debe existir algún truquillo que permita el paso sin correr ningún riesgo, es como una esperanza de que nadie va a enfrentarse desnudo al poder del fuego. Porque el fuego es eso: un encuentro directo con el poder personal, una prueba de confianza en tu propia energía. Mientras tanto el calor es tan grande que parece imposible acercarse a menos de dos metros de las brasas extendidas en alfombra luminosa.
Y llega el momento de invocar las ayudas del mundo invisible para que protejan al grupo y permitan una experiencia profunda y una comprensión de la capacidad que tenemos para cortocircuitar lo imposible a través del silencio y de la confianza en el misterio. Antes, cada uno de los participantes había focalizado un intento personal y otro colectivo, echando un pequeño palo al fuego de la hoguera. Ahora era el momento de atravesar la barrera de fuego (no tan grande como en algunos años anteriores, que había llegado a alcanzar doce metros de largo, pero mucho más amplia y potente en brasas que cualquiera de las experiencias turísticas que conocemos). El canto Ram, Ram comienza, las manos hacia las estrellas y la pisada firme sin intentar correr (siempre los hay que no cumplen con este último requisito, porque el inconsciente toma el mando y no controlan la velocidad). Primero hay que abrir el camino energético y de eso se encarga un servidor, los demás vienen detrás. Está fuerte. Son siete segundos (un nen de conciencia zen) sin pensar, dejando todo de lado, e incluso aunque se sienta calor en los pies no distraerse. Al final incluso pasan varios niños y les acompaño como protección.
Dos personas se han quemado de verdad entre unos cuarenta que han pasado. Muchos nada y algunos una o dos ampollitas. Todos sentimos resquemor (palabra que se hace pronto famosa) en los pies al terminar, pero eso no nos impide dormir, dura tres o cuatro horas, y a la mañana siguiente todo el mundo está bien y sin marcas. Una de las que se han quemado tiene una gran ampolla por toda la planta parecida a la que, después de muchos kilómetros, sale en el Camino de Santiago especialmente a los que tienen los pies cavos y no están acostumbradas a andar (sus carísimas botas les han cocido las plantas de los pies). La otra se va al Moncayo porque quiere meditar allí. Siguiendo mi consejo las dos han dormido con un cubo de agua fría cerca y de vez en cuando se sacaban la gelatina viva del aloe vera (además de la clara de huevo que, capa tras capa, va secando las ampollas, debido al colágeno que contiene) para meter los pies a refrescar.
La sensación de esta ceremonia siempre es mágica y hay que despedir y agradecer al fuego, mientras con las brasas agrupadas hacemos dos dibujos sucesivos: una gran águila con las alas extendidas y el signo de la madre Tierra (un círculo con una cruz inscrita de cuatro lados iguales y los signos de las cinco razas). Gracias Tatewari.
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Leo tus palabras y me trasportan a vuestro lado en la experiencia que hace tres años tube en san juan pasando el fuego y una distraccion hizo que me quemara en un pie en el ultimo paso, cuando ya terminaba el camino rojo quince dias me costo restañar la quemadura y en estos dias suelo sentir escozor en la cicatriz no se si es por el calor del verano o es un mensaje del incosciente que no acabo de descifrar,tatewari me bajo la soberbia personal y me subio la confianza en la magia y el poder del Ser que todos somos,Llevo ya dos años si veros y tengo mucho mono de vosotros,espero que en este año de cambios pueda acercarme por borja sino es para algun evento que sea de visita y poder abrazaros a todos,espero que todo os vaya bien y quel universo os colme de amor , de luz y os conceda todos los dones que mereceis un beso miyo Hilario ( el yonqui de la naturaleza magica)