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Un cuento de Lucía Miele :: Parte 1 de 3

 

::  UNA LÁGRIMA DEL CORAZÓN  ::

Un cuento de Lucía Miele, autora de La Guerrera del Agua

Parte 1 de 3

 


C
omo la mayoría de las cosas más relevantes que me han sucedido en la vida, ésta vino rodada, como una piedra blanca y suave que por cierto conservo, moldeada por la gracia de los vientos. El encuentro mágico, insospechado y florido sucedió en un lugar que jamás hubiese podido imaginar y de las enseñanzas nacidas de la mano de un hombre que, difícilmente, hoy podría decir que concuerde su mensaje  con lo que ordinariamente llamamos la realidad. Es si menos gracioso darse cuenta que no se puede demostrar con ningún argumento de peso que lo que vivimos en nuestro interior es mucho más poderoso que lo vivimos en el exterior. Y sin embargo, tras la reflexión, la conclusión  a la que he  llegado es sencillamente afirmar que el amor no pesa.

¿Quién ha oído decir me pesa el corazón porque amo? Normalmente lo que nos pesa es un puño cerrado en el estómago o cualquier sentimiento de esos que los psicólogos llaman encontrados y que hacen referencia a un ser dividido, fragmentado.

 

Fui por ella. No por la psicóloga, que en cualquier caso hace un trabajo bonito dentro de su profesión. Fui por la mujer, por la amiga. La buena y grande de Natalia pasaba por un mal momento. Cosas que se juntan. Cincuenta y cuatro años. La menopausia mal llevada. Una hija estudiando lejos del nido y los problemas de siempre: compitiendo con su marido y compañero de vida. ¿Cómo se puede competir y amar? – Ella misma sin duda se lo preguntaba constantemente.

Así que como mi comadrita estaba pasando por una época de reflejos hostiles me ofrecí para acompañarla en coche, un largo Granada-Zaragoza, y estar junto a ella los ratitos que el Congreso de Psicología Anual le dejaran libres. A cambio, si es que se puede mencionar un “a cambio” y no dejar una mácula en las tierras abanderadas por la amistad, tendría un pase de invitada con mi nombre: Alicia, hospedaje en un pequeño monasterio desde el cual a lo lejos se intuía la sierra del macizo de Tarazona, y este folleto que aquí os adjunto con esta buena información.

– Yo que soy pura mujer siempre me toca hablar de las corrientes creadas por los hombres -me dijo con una mirada un tanto lastimada por su concepción de lo masculino. Este congreso lo han llamado: “Las 40 teorías más relevantes de la psicología occidental”, y ni un solo argumento hace referencia a la mujer. No se tiene en cuenta ni a la Doctora Elisabeth Kublër-Ross para trabajar los duelos. ¡Es una vergüenza!

Me quedé mirándola dentro del coche en silencio. Repostábamos carburante en una gasolinera como otra cualquiera por primera vez desde que salimos de casa.  ¿Puede ser una mujer lastimada? ¿O es la niña interior enfadada con papá la que llora en silencio? Nat es una mujer que predica con el ejemplo, quiero decir que es una psicóloga que se auto-observa, habituada a mirar sus conflictos, por tanto útil para mirar los de los otros, pero que una vez más chocaba con el tener que mirar más y más adentro. Al final siempre es el mismo viejo nudo del cual siempre has conseguido zafarte. ¿Pero te escapas o lo pospones?

 

– Aún estoy con esto – me confesó. Y en este “aún” se escondía la carga y la exigencia que bloqueaba el paso de la vida a través de ella. Estamos donde estamos y punto.  Desde donde estemos, trepemos y dancemos para el cambio.

– Bueno querida. Las ideas no tienen dueño. A veces las captan unos, a veces las captan otros. Lo que importa es el mensaje. Al mensajero agradecerle el servicio y despedirlo amablemente.

– Desde que haces yoga –me piropeó con amor- estás de un coherente que pareciera que has simplificado tu vida al máximo.

– ¡Ya me gustaría a mí! Pero yo no hago Yoga, nadie hace Yoga. Yo sólo hago asanas, posturas. El yoga no se hace, se Es. La gente que cree que hace Yoga es como la gente que cree que hace pan. Tú sólo pones la masa en el horno. El misterio del calor hace el resto…

– No sé yo si te vas a aburrir como una ostra sin perla en el fondo del mar en mi ambiente… ¡Siempre puedes darte un paseo por la ciudad en ese caso…! El programa, salvo mi parte, va a tener mucho de cognitivo y conductista.

– Bueno, al menos tu apuesta apunta claramente hacia una psicología transpersonal. De todos modos a mí el congreso me importa un pito, ya lo sabes. He venido para estar contigo en estas horas de carretera…No es bueno conducir largas distancias si la cabeza no está en lo que está…

– ¡Y yo que te lo agradezco! – exclamó mi amiga con sincera emoción. Acto seguido me tendió un paquete de chicles y conectó el equipo de música del coche. Nat y sus musiquitas suaves. Un placer añadido a la amena conversación que nos acompañó a ratos durante el camino. Eso es lo bueno de las amistades sólidas. A ratos compartís charla, a ratos silencios. Las madres siempre acabamos hablando de hijos, de la maravillosa experiencia de “tener” brevemente sensaciones de estrellas en el cielo del vientre, para  acto seguido “soltar” un hijo a este mundo. Así que hablamos de los nuestros una veintena de kilómetros. Maternidad consciente, lo llamamos desde toda la vida…Hijos que enseñan a sus progenitores, en lugar de hijos a los que enseñar o educar, y  es que un niño lo sabe todo…

 

– ¿Y tú como estás? – me preguntó tras unas horas de conversación que habían girado en torno a su persona. Con todo mi rollo no te he preguntado por tu bloqueo con el libro. ¿Qué ha pasado con el editor?

– A veces escribo, pero no soy escritora. A veces hago reír, pero no soy un payaso. A veces salgo volando como Mary Popins cuando no mira nadie. ¿Qué puedo contestarte Natillita rica? Estoy muy metida en el silencio. Quiero escribir desde ese silencio, para que lo que cuente, esté vivo. Yo no quiero escribir para distraer a zombis vivientes. Paso de los lectores que buscan arte huidizo, y con el debido respeto, si esto no lo entiende mi editor, pues cambio de rumbo. No pienso complacer  su demanda de churros apetecibles por muy bien que me pague o por muy bien que se vendan. La literatura en si misma no me interesa lo más mínimo. Me interesa narrar historias para abrazar almas.

– Fritz Perls te gustará.– afirmó mi amiga.

– ¿Cómo?

-Más que cómo, la pregunta es quién. Sí, el creador de la terapia gestáltica, un gran hombre, alemán. Estoy segura que te va a resonar. Pero no adelantemos el temario de mañana. ¿Vale? Así será una sorpresa, y como no has cambiado, seguro que te siguen gustando.

Nat tenía razón. Me encantan las sorpresas. Vivo las cosas con entusiasmo. Así sea una nota dentro de la nevera de mi hija gastándome una broma. En una ocasión me dejó  una zapatilla deportiva: «Te quiero mamá. No te olvides de ponerlas en la lavadora, las necesito para el básquet.»

 

La segunda parada la hicimos cerca de  Medinaceli. Sus curvas me traen ternura. No sé muy bien debido a qué precisamente. Quizás algún viaje de niña, algún recuerdo asociado. Solíamos ir al mar de Salou cuando tenía cinco o seis años en un interminable viaje Madrid-Cataluña. Era desesperante para una niña estarse quieta tanto rato, y sin embargo siento felicidad al recordar esos viajes con mis padres y hermanos. Todos apretujados con el coche hasta arriba, ansiando meter los pies en la orilla de la playa y hacer castillos en la arena. ¿Falta mucho? ¿Cuándo llegamos? El tiempo no corría por aquel entonces a la misma velocidad que lo hace ahora.

Comimos un pinchito de tortilla de patatas con un te verde. En Medinaceli  me sabe la tortilla más sabrosa que en otras partes. Estiramos las piernas con un par de saltos. El cielo claro parece que te mira. Qué suerte pararnos y no sentir necesidad de fumar. Hace unos años que lo he dejado. El tabaco no casa con el pranayama.

– ¡Esto ya está hecho! – dijo Natalia rompiendo el silencio y sacándome bruscamente del lugar al que me había transportado. En un plis- plas estamos con los mañicos. Ahora, a ver pasar molinos galácticos, ¡y a cenar! – exclamó entusiasmada. La conversación desde luego, la había aliviado. Lo de molinos galácticos me hizo gracia. Prometí escribirlo en algún cuento. Lo que no sabía es que aquello mencionado por azar iba a ser importante. ¿Es causal la casualidad?

 

La ciudad donde todo es bonico nos esperaba atardeciendo. Los colores desplegados en el cielo parecían estar allí para darnos una afectuosa bienvenida. El murmullo del río Ebro se podía sentir, calmo y majestuoso. Un emperador confiado.

El monasterio de corte romano resultó ser un enorme y antiguo convento reformado hasta rozar el modernismo y gestionado  por una empresa del ayuntamiento. Subcontratas sin rastro de monjas. Laico, pero con vestigios del catolicismo en todas sus partes, contenía un aire calmo. Habían cambiado la decoración, pero al Espíritu no lo habían movido. Las pequeñas celdas habían sido reconvertidas en habitaciones individuales, muy sencillas. Baños comunes, salas de reuniones, y un frondoso y espeso jardín que tenía por corazón una hermosa fuente de mármol blanco, donde por la mañana acudían a bañarse los pájaros.

– Estaremos separadas. No hay dobles- me comunicó Natalia nada más llegar. Lo había olvidado. ¿Te importa?

– Creo que sobreviviré a dormir sin ti, hermana mayor – le dije entre risas. No será lo mismo, pero sobreviviré Nati.

¡En cuántas ocasiones el alba nos había encontrado charlando a susurros desgranando nuestros sueños adolescentes! Las mismas que alguien adulto llegaba a reñirnos por nuestra  risa contenida, o por no dejar de ulular  como búhos en la noche.

Tras el paso por recepción, ficha de ingreso, insignia de ponente y en mi caso cartón-broche de invitado, me fije en el enorme póster que anunciaba el evento. En el mismo panel, un cartel mucho más pequeño llamó mi curiosidad por su diseño. Los colores en la gama de los magentas y lilas contrastaban mucho con la seriedad de los negros y azules que habían empleado para anunciar el congreso. Bajo el techo de un mismo edificio, en una sala pequeña situada en el área del Este, se celebraría el sábado por la tarde la presentación de un libro de Emilio Fiel. Se titulaba La magia de los sentidos sutiles, y la charla, eso no lo entendí muy bien, corría a cargo del autor supuestamente, o de un tal Miyo, que vendría en su nombre.

– ¡Mira Nat! – le señalé a mi amiga. ¡Ya tengo el plan perfecto! La mañana la paso contigo y tus ocho eminencias y a la tarde, si los conductistas son aburridos, me acerco a  esta otra conferencia.

– ¡Me parece bien! Mientras vengas a buscarme a las ocho y media en punto y salgamos disparadas para  que no me pesque ninguno de la organización para cenar con ellos… ¡Habrá que tomar una copa de vino y brindar juntas!

– Vino y queso. ¡Buen plan! ¿Pero para qué esperar a mañana? Mejor nos tomamos una copita esta noche, y mañana Dios dirá…A no ser que estés muy cansada…

– Tu en tu línea: siempre la mujer Carpe Diem.

– Siempre, siempre, no. ¡Pero se intenta constantemente!

 

La amistad es un milagro. ¿Alguien lo duda? Natalia y yo somos como dos tipos de barco completamente distintos. Uno a vela, otro a motor, pero con los años navegamos por las mismas aguas. No importa que una tome la senda fluvial dulce, la otra la ensenada salada. Hemos reído y llorado hombro con hombro a lo largo de veinticinco años. Las diferencias más marcadas no tienen la menor importancia cuando hay respeto. Por mí, como si se convirtiera al Islam o yo me presentará, poco probable lo reconozco, con  el emblema de los Testigos de Jehová. Nuestro cariño y fidelidad no depende de nada. Además, al final aparecemos en los mismos puertos ya sea  por rutas distintas.

Tabernita por el casco antiguo y una visita de rigor a la Plaza del Pilar. El poco vino bebido me había caldeado.

– No podemos ver a la virgen, pero si eso que está allí dentro es una Virgen como dicen, entonces Ella nos puede ver aquí fuera a nosotras…

– ¡Que ocurrencias tienes Alicia! En esencia dices las mismas barbaridades que hace veinte años, sólo que hay un punto nuevo en ti. Otro enfoque…

– A este matiz yo le llamo el “desde dónde” y para mí ha marcado una gran  diferencia.- Nat me hizo un gesto con la cabeza para que continuase hablando, para que le ampliara la información.

– Estoy un poco piripi y mirar estas cúpulas con bóvedas de cañón, y estas torres sorteando la nubosidad, me embriaga si cabe un poco más; pero bueno, por decirlo escuetamente, el desde dónde hace referencia a si aquello que hago es impulsado por una energía de carencia o de plenitud. Y  esto es válido para todas las cosas. Desde la más banal y mundana hasta la más sofisticada y compleja.  Una misma cosa, pongámosle tu charla de mañana, hecha desde mi vacío, miedo o necesidad de reconocimiento, me pierde. Esa misma actividad realizada desde la plenitud, me centra. Desde donde hago las cosas afecta irremediablemente  al resultado.

Nat se quedó pensativa y caminó algo cabizbaja de regreso a casa. A nuestras espaldas quedaba el hermoso templo barroco. Sólo levantó la cabeza cuando cruzamos el puente de piedra que nos devolvía al otro lado del río, donde las camitas de ochenta centímetros nos esperaban.

– Es hermoso cruzar puentes – me comentó tras un largo pero no incómodo silencio. Los psicólogos nos dedicamos a establecerlos, a hacérselos ver a nuestros pacientes, pero luego toca cruzarlos…Yo también ando cruzando los míos. Nunca es bastante con verlos – reconoció quedándose al desnudo.

 

Sólo caminando se adquiere destreza. Machado y sus Campos de Castilla.

Era medianoche cuando llegamos al hotel.  Habíamos cruzado más de media península. Merecíamos un reparador descanso. Quedamos pasadas ocho horas  en el vestíbulo.

 

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Fin de la primera parte. Sigue aquí. 

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