19 de Noviembre: Disfrutando del hábito sin costuras


Tememos el cambio en lo cotidiano y la muerte es el cambio más profundo. El temor nos atrapa y no somos conscientes de que es imposible madurar sin abrazar la muerte. Un día nos rozamos con una grave enfermedad o la desaparición de un ser querido y quedamos inermes, ignorantes ante el misterio de la sin razón. Vulnerables y desarmados sin saber qué podemos hacer en esos momentos. Y cuando viene la incomprensión, la angustia, la desesperación, salimos corriendo por miedo de que nos arrastren de cabeza a la locura, sin darnos cuenta de que la locura es la propia huída.

Nos preguntamos sobre la buena forma de morir, sobre la necesidad de una muerte suave, pero ni siquiera tenemos conocimiento de existir más allá del cuerpo, ya que no nos hemos visto dormidos mientras volamos fuera del maniquí de carne y huesos. La tradición chamánica afirma que un verdadero guerrero/a no se entrega ni a su propia muerte, que no le sonríe abrazando su llegada. La muerte es la gran mentira (el olvido del bebé es ya innecesario) y un guerrero la afronta con los ojos abiertos y sin dejarse engañar por ella. Sin embargo prepararse para la muerte, hoy es un buen día para morir, es lo que da sentido a su destino y una de las etapas claves de la maduración humana. Hay que entrar vivo en la propia muerte, recapitular todo lo pendiente y cerrar el círculo de la existencia.

Respecto a otros, no podemos evitar que alguien muera, ni incluso en algunos casos que el que va a morir tenga un cierto sufrimiento, pero podemos acompañarle con la mente lúcida y el corazón abierto. Podemos mantenernos a su lado con calma y amorosamente, en un contacto corporal tierno e íntimo, reviviendo el misterio del otro lado del velo. Hace años se afirmaba que un moribundo atraviesa cinco fases en diferente orden: rechazo, rabia, negociación, depresión y aceptación. Lo importante es ayudarle a disolver la experiencia del dolor, del vacío, del desconcierto que siente ante la temida disolución del último orgasmo. Pero evitar las píldoras médicas que te sumen en la inconsciencia, porque se trata del momento más importante de la vida, que hay que atravesar con los ojos bien abiertos.

Cada uno tiene que encontrar su propia respuesta íntima al margen de los dogmas religiosos, atreverse a penetrar en el misterio de lo desconocido, en la ignorancia médica de la vida eterna. Porque cuando mueres y atraviesas la barrera de fuego de la ilusión, un instante después sigues vivo. Abandonas este cuerpo para seguir en el cuerpo. Sales de lo denso y penetras en lo sutil. Te haces consciente de un nuevo vehículo luminoso que siempre has tenido disponible pero que esta cultura rechaza como parte de la magia ancestral, de la brujería de lo que no paga impuestos.

¿A qué mueres? A la limitación de la densidad que hemos creado para aprender del ego y de la hipnosis de la materia física. No dejas tu cuerpo, te vas a una parte invisible para los ojos externos, pero más consciente y amorosa que sigue siendo tu cuerpo, pero iluminado por el ser.

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