17 de Agosto: Hitler contratado como monaguillo sionista

 

Es difícil llegar a integrar en lo cotidiano que el llamado mal (las guerras, los genocidios, el terror, la esclavitud financiera…) sirve con enorme eficacia a los designios del espíritu. Y no porque el espíritu tenga un plan para nosotros que quiera ver cumplido sin tardanza, sino porque las dificultades y obstáculos a lo largo del camino sacan lo mejor del ser humano y le permiten comprender y transmutar los venenos en miel. Nosotros creamos nuestra vida sin ninguna directriz divina, simplemente como fruto colectivo del libre albedrío y del nivel de conciencia de la humanidad como un todo. Hay quienes quieren manejar los hilos de la fama, el poder, el dinero y las creencias, pero aunque utilicen para ello armas sofisticadas de control mental, la conciencia humana va despertando sin remedio y más aún en estos tiempos en que estamos penetrando sin pausa en la banda de fotones que rodea al sol de nuestro sol, la estrella Alcyone de las Pléyades.

Al espíritu se puede penetrar tanto a través del bien como del mal, de la oscuridad como de la luz, con tal de que realicemos con éxito la combinación alquímica de llegar a reconocer el valor de la otra polaridad aparentemente opuesta, pero en realidad imprescindible para realizar la conciencia crística. ¿Y quién nos dice que no hay seres de la oscuridad haciendo ese mismo trabajo que intentan realizar los seres de la luz? En ambos casos tendrán que colaborar con buenas y malas gentes, romper los límites de la conciencia colectiva y hacer frente a las decisiones del gobierno secreto del mundo y sus poderes fácticos (prensa, psicólogos, religión, ciencia, new age), deseosos de que los contrarios se mantengan separados, donde están, para poder manipularnos con más facilidad.

¿Y si Hitler fuera un héroe en el cielo, que actuó como un auténtico demonio para que los judíos consiguieran su tierra prometida? ¿Y si el holocausto fuera una farsa inventada en los sesenta, para que los cien mil o trescientos mil judíos muertos en la guerra se convirtieran en seis millones? ¿Por qué no desaparecieron los judíos europeos después de la masacre (no había tantos), y su número se mantuvo casi constante? ¿Por qué ni Adenahuer, ni De Gaulle, ni Churchill hablan de los campos de exterminio en sus memorias? ¿Dónde está la mentira y qué justifica los millones de euros que el gobierno alemán, suizo y otros dan cada año a los judíos para financiar su arsenal bélico? En la ley judía (Deuteronomio, Levítico…) se habla de amar a dios con todo tu corazón y tu alma, de abandonar la venganza y amar al prójimo, etc. Jesús no lo inventó, sólo lo sacó a la luz recuperándolo del baúl de los recuerdos que estaba escondido detrás de las farragosas ceremonias sacerdotales. Esto aterrorizó a la jerarquía eclesial porque el amor, los milagros, la compasión, eliminaba el temor al sacerdocio e incluso a dios (dicen que el hombre se vuelve incontrolable si no teme a dios). Y ellos lo mataron, no los romanos. La ley judía lo mató y perdió todo poder en el mundo, mató al amor y quedó como pasto de sanguijuelas sionistas, esclavos de los illuminatti, a su vez colaboradores de los reptoides y annunakis. Y Jesús los perdonó y perdonó a la ley, haciendo que comenzase a descender sobre la Tierra la nueva energía del Espíritu santo o gran Espíritu.

Hoy, dos mil años después, por fin hay suficientes santos en el mundo para que el espíritu fluya sobre el manto verde de la diosa Gaia. Los judíos primero necesitaban el perdón de los cristianos y luego reagruparse para recuperar su verdadero rostro, y por eso vino Hitler, con la misión de crear compasión con sus excesos (o a servir de excusa como monstruo maligno). Dice la alabanza que así se ha creado el número imprescindible de justos para que la parte angélica del ser humano (su ángel de quinta dimensión) pueda manifestarse sobre la Tierra y ayudar a su ascensión definitiva. Dice la alabanza conchera: “Veta de plomo, santo arbolito, del insectito al hombre que yo soy. Y ahora resulta que soy un ángel porque a la Tierra la quiero yo, la quiero yo”. Y este espectáculo del libre albedrío cambiará la faz de la galaxia entera, revitalizando incluso la conciencia de dios, que se ve reforzada por la conquista humana de la conciencia crística, la que traspasa amorosamente la dualidad y la lucha dialéctica.

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