16 de Octubre: Ni el demonio ni dios tientan a los tibios
Ramakrishna, ese loco de dios que pronunciaba tres veces el nombre de la diosa y entraba tres días en trance profundo (durante los cuales había que alimentarlo como un niño), afirmaba: El que es mordido por una serpiente, dice con voluntad total: el veneno no existe, y queda libre de toda alteración. Don Juan Mathus por su parte: Un guerrero es capaz de alterar el curso de los acontecimientos valiéndose del poder de su conciencia y la inflexibilidad de su propósito.
Repetidas veces he insistido en que las emociones no paralizan, pero su represión o negación si es capaz de hacerlo. El sufrimiento te invade cuando rechazas o niegas el dolor; la depresión te domina si te niegas a negociar con la tristeza; la histeria toma el mando cuando niegas el odio que te carcome y los brotes esquizoides prevalecen cuando te niegas a ver que has despertado en ti otras realidades y las proyectas contra el mundo exterior (voces, sensaciones…). Lo importante es entender que las emociones no son enemigos, que son aliados que guardan y acumulan en su interior una gran fuerza de transformación. Por ejemplo la cólera encierra un gran poder para cambiar viejos hábitos. Y por eso el grito de guerra: Convierte el miedo y la tristeza en cólera y la cólera en acción. Transforma la rabia y la ira en risa. Porque sólo es posible obrar creativamente bajo los efectos de la cólera, cuando descansas en el presente.
Hay que conocer y aceptar el no para que puedas decir un verdadero sí. Tienes que amar la oscuridad para que puedas entregarte a la luz. O de otra forma, es necesario conocer y amar al demonio para llegar a realizar a dios. Ninguno de los dos tientan a los tibios ni se meten en las oficinas, porque la mediocridad es ajena al proceso de la conciencia. ¿Qué creéis que quiere significar que un sabio no distingue el bien del mal? Donde hay bien hay mal. No se puede cambiar a nadie. Don Juan Mathus comenta ni sé qué cambiar de un cuerpo luminoso perfecto, ni por qué tendría que cambiarlo. Las cosas no cambian, uno cambia su forma de verlas, eso es todo.
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