14 de Diciembre: Amar la oscuridad corporal
Ya he dicho en un peldaño anterior que hoy en día nadie tiene el derecho de juzgar a otro por la manera en que muere o por la enfermedad que intenta superar. Hay muchos seres que han asumido desafíos poderosos del alma, en la segunda o tercera etapa de su vida, para intentar superar una grave crisis corporal a través del poder de la mente, o para llevarla dignamente con una sonrisa y mucha conciencia. Es fácil encontrar a veteranos meditadores o naturistas intentando vencer el cáncer, la arterioesclerosis o el sida, sintiendo que van perdiendo sus fuerzas y que sólo parece que la enfermedad gana terreno en sus vidas, a pesar del trabajo interno que realizan. Los dolores y la calidad de vida que experimentan, con sus días buenos y malos, están en función de la intensidad del amor que tienen por sí mismos y por su propio cuerpo, y tienen relación con la capacidad de dialogar cara a cara con la propia enfermedad y de descubrir los soportes emocionales que la alimentan.
Se trata de descubrir por fin la fuente del amor en nosotros, la unión de los sentimientos de gratitud con los ritmos corporales, y es ahí donde puede resolverse la ecuación del dolor. Por eso el papel del sanador es siempre despertar la conciencia crística en el paciente y hacer penetrar en sus células tanto amor como le sea posible. El amor germinará dentro de su cuerpo y le enseñará el camino de la curación. Y en caso de que esa persona en concreto rechace el amor o tenga miedo a dejarlo fluir en su cuerpo, pues no queda otra más que seguir amándole y esperar a que ella tome conciencia de su situación interna. Puede ser que la persona quiera partir de una vez y abandonar esta tierra, y ese es su derecho, o también que quiera quedarse y para ello tendrá que comprender antes o después la necesidad de amarse a sí misma y aceptar la tela de araña emocional que ha ido tejiendo alrededor de su cuerpo y que es imprescindible liberar.
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