14 de Abril: El espíritu de paz
La paz del corazón sólo es posible como una realización mística ajena al pensamiento, ajena a los acuerdos sociales, ajena al conocimiento erudito. La paz de los jardines no es lo mismo que la paz de los cementerios, fruto de acuerdos que sólo establecen una frontera entre dos batallas. La verdadera paz es fruto de un estado de armonía con la vida y consigo mismo, un estado de gozo y alegría que surge cuando somos capaces de contemplar la belleza, de fluir con las situaciones que la vida nos presenta, de aceptar las luces y las sombras de la realidad y actuar en consecuencia. Y esa emoción íntima no sólo recorre nuestras venas e inunda nuestro sistema nervioso sino que transforma totalmente el cuerpo y la energía que nos circunda. La paz del corazón se contagia al mental celular e irradia alrededor nuestro a muchos metros de distancia, unificando con su campo electromagnético, seis veces más poderoso que el de la mente, todos los pensamientos de las gentes que nos rodean.
La única paz es la del amor, no puede haber paz en los vencedores ni en los vencidos, ni en los críticos ni en los espiritualistas de la luz, no en los que están en contra de la guerra y quieren una vida sin contrastes ni en los que desean crear grandes crisis para producir cambios en las estructuras del pensamiento. La paz no conoce enemigos y acepta la función de todos y cada uno, incluso la de los asesinos y los soldados. Dejemos el no a la guerra y defendamos la alegría del espíritu de concordia y serenidad. La meditación y el silencio son pacíficos, la oración y el decreto espiritual son pacíficos, la acción y el servicio desinteresado son pacíficos, la creación artística y el cuidado de los niños son pacíficos…
En realidad el amor, la paz, la libertad y la alegría son las cualidades irrevocables de nuestra naturaleza espiritual que está más allá de la dualidad. Por eso cualquiera que trasciende la separatividad y une los opuestos ha alcanzado la paz de la conciencia crística. Ni cerebro silencioso ni cerebro analítico; ternura masculina y firmeza femenina del tantra. Ni cielo ni tierra, sólo corazón; ni luz ni oscuridad, sólo conciencia. Se trata de formar una nueva sociedad comunitaria donde lo individual nos de fuerza para no caer en la homogeneidad, donde podamos actuar de manera sinérgica e interdependiente, y donde las crisis sean la fuerza que sostiene el cambio hasta asimilar las nuevas condiciones de existencia. Convertir los venenos en miel.
Todo viene del pensamiento que depende no de la cabeza, sino del corazón. Y allí es donde hemos de comprender la condición humana y asumir la ignorancia de tantos seres que aún caminan a través de las fronteras de la violencia, las drogas, la prepotencia, el engaño o la explotación. Hemos de desarrollar la buena voluntad y la responsabilidad por nuestras acciones. Hemos de entender que no se puede enseñar nada a los demás, salvo compartir el ser que somos y dar sin descanso a través de la aceptación, de la empatía, del sueño consciente.
En cada instante nos llega el amor del cielo y de la tierra que nos llena de plenitud, y ese amor nos obliga a compartir, a dar sin esperar nada a cambio, lo que sin remedio producirá que los demás nos amen sin condiciones.
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