11 de Junio: Ofrendar al espíritu

Siempre que ofrendamos nuestros actos a la diosa, la magia de la Tierra nos acompaña y nos deja percibir sus mensajes en clave. Una rosa recién cortada en medio del camino; unos perros nocturnos convertidos en buenos amigos; un ciervo detrás de los matojos en las rocas de la ciudad encantada; la misteriosa cena a medianoche, bajo la luna creciente; una pareja de aves rapaces blancas con las alas ribeteadas de negro; el extraño y discreto nacimiento de un poderoso río; un baño en el agua helada; unos amores dulces con la ternura de una sonrisa…

¿Cómo puede el amor y el recuerdo de tiempos lejanos unir en un instante y de manera atemporal a dos seres tan distintos? ¿Con edades tan dispares? Somos eternos y los treinta y tres años del número de nuestras vértebras es toda la edad que tendremos jamás. Tan sólo hay que creerlo y se hace posible.

Quizás en vez de tanta técnica rígida y tanta ceremonia pomposa y sin alma, lo que cualquier ser sensible debiera no olvidar jamás es ofrendar su primer pensamiento por la mañana al espíritu. Agradecer a la diosa por el amor y la alegría, por la maravilla de estar vivo un día más. Y también ponerse en sus manos para que cualquier encuentro que surja a lo largo de la jornada sea sagrado, tenga un sentido de aprendizaje y de comprensión, permita un gesto de guerrero, nos haga entender algo que hemos de limpiar de nuestras creencias heredadas. Pero sobre todo aceptar que lo que venga no siempre podremos tomarlo con una sonrisa, a veces nos alterará, nos cabrearemos, nos angustiaremos. Lo importante es darnos cuenta cuanto antes que ese ser con el que hemos topado es un hijo de dios, un mensajero del espíritu para que comprendamos algo que aún nos saca de quicio o un aspecto de nuestro ego que no ha sido integrado adecuadamente en nuestra vida.

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