1 Nov : Acompañando al que va a partir
Hoy ya no se nace ni se muere en casa sino en hospitales preparados para reparar cuerpos, pero ajenos a la necesidad de transmitir un bálsamo a los corazones. Por eso la persona, al final de su vida terrestre, entra a menudo en un profundo estado de angustia y se siente desamparada. ¿Qué hacer para que los acompañantes del moribundo soporten esta angustia? ¿Cómo responder a sus preguntas directas sin herir ni mentir? ¿Qué actitud tomar para no sentirse invadido ni culpable ante estas emociones? ¿Qué nos permite transformar esta espera en una fiesta de liberación del alma? Está claro que, se trate de quien se trate, cada caso es distinto y hay que responder a esta experiencia con intuición y espontaneidad. También parece evidente que un cierto contacto interno con la espiritualidad facilita el proceso de abrir el corazón del que muere hacia lo eterno del espíritu o, en su caso, hacia dios.
En lo esencial no se aplican técnicas psicológicas ni mágicas para conocer más a fondo al moribundo ni para definir sus necesidades. Lo único imprescindible es que quien le acompaña en estos momentos (en que su alma va a emprender el vuelo y liberarse de las ataduras del cuerpo físico) conozca su propia historia personal, que haya conquistado una mirada positiva hacia el mundo y tenga una clara comprensión de la obra de teatro de la vida. Ha de haber realizado el conocimiento de lo que está más allá del cuerpo en las dimensiones sutiles, y debe saber cómo transmitir fuerzas a quién está a punto de atravesar el velo.
El acompañante ha de ser humilde por no decir simple, reconocer la chispa divina en el otro, y saber vivir en el puro presente, porque no hay chantajes posibles ni regalos gratis que puedas hacer a quién está cara a cara con la muerte. Transmitir que la muerte es nuestra mejor consejera y que otorga poder; que nacer y morir son etapas brevísimas en la eternidad del camino del alma; que todos los que vuelven de la clara luz, reportan una transformación radical en sus vidas; que el sufrimiento aceptado deja de doler y se transforma en una fuera de transmutación del ser; que cerca de la muerte, cuando se ha dejado caer toda la arrogancia e incluso la tristeza, se descubre verdaderamente lo que es vivir. Es el momento de limpiar de un plumazo lo que está emocionalmente agarrotado en la historia personal; desapegarse, despedirse, agradecer, perdonar… Así el acompañante ve confirmada su percepción de la necesidad interna de ir hacia los otros, de darles todo el amor que somos capaces…
Y esto sin olvidar que hay técnicas energéticas y espirituales que un maestro puede utilizar para facilitar la salida del alma por la fontanela en el momento de la muerte.
India. Un hombre joven está sentado desde la mañana ante la hoguera en que arde el cuerpo de su padre. De vez en cuando parte un hueso para ayudar a su cremación. No oculta la muerte sino que la mira de frente. A la tarde todavía hay cenizas enrojecidas que brillan en contacto con la brisa que llega del Ganges. Entonces el encargado le trae un jarrón lleno de agua. El hombre reúne las cenizas en un montón, preparándose lentamente para la última etapa del ritual. Mira las cenizas y se despide de su padre para que vuele en libertad. Se gira dando la espalda a las cenizas y se le pone el jarrón o el ánfora de agua sobre el hombro. Entonces lo acaricia un momento y con un gesto lento deja caer el jarrón detrás de él. El agua resbala sobre las cenizas crepitantes, y escucha su sonido sin darse la vuelta. El último lazo que unía al padre con el hijo o mejor con la familia ha sido cortado, simbolizado por el ánfora rota a su espalda. El hijo no tiene derecho a girarse de nuevo, debe abandonar el lugar sin mirar atrás, sin retener al alma que parte. Las dos vidas se han separado definitivamente a nivel terrestre. No más vínculos familiares. Es libre y no tenemos ningún derecho a pedirle que siga aquí. Inmenso respeto de la vida y de la muerte. Los que se quedan se detienen a la puerta del misterio, dejando al ser que fue su padre avanzar por su nuevo camino. Un ser que sabe que deja la vida intacta detrás de él y que seguirá su curso por sí misma, ya sin su colaboración. El hijo desaparece en el horizonte, dejando en el lugar un profundo sentimiento de paz.
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Que hermosas palabras, se siente la ausencia.
deseo recibir un e-mail con cada nuevo pots
grcias
Hola Ana:
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Luis Masyebra
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